Helsingin Kaiku, Ecos de Helsinki, una revista semanal con imágenes, publicada entre 1903 y 1916 en Finlandia, entonces Gran Ducado de Rusia desde 1809 hasta la independencia de Finlandia en 1917. El siguiente relato fue publicado en la revista en 1915. Un viaje en el verano de 1914 Cientos de leguas de España, al sudoeste, pero bastante cerca de África, entre las olas del Atlántico, hay un grupo de islas, siete más grandes y algunas pequeñas. Los egipcios de antes ya conocían las islas, como también los romanos, quienes las llamaban “Ínsula Fortunata”, Las Islas Afortunadas. Hoy en día se llaman “Islas Canarias”, nombre que viene de la palabra en latín, canis – perro, procedente de una raza de perros enormes que en su día habitaban las islas. Hoy la principal actividad económica de las islas está basada en el sector de estación de carbón. Pero, desde hace poco están atrayendo a viajeros, gracias a su exuberante naturaleza y su agradable clima, sobre todo la isla de Tenerife, que tiene un volcán de casi 4000 metros, Pico de Teyde. En cuanto a ciencias naturales, las Islas Canarias son interesantes: y es que constituyen una zona de protección, adonde flora y faunas antiguas se han refugiado, lejos de la lucha por sobrevivir con otras plantas. Las palmeras de las islas, los laureles y los dragos han existido en Europa antes de la Era de Hielo. Con los medios de transporte de hoy, el viaje no parece ni largo ni costoso, a diferencia de mi viaje el verano pasado – las imágenes son del viaje anterior. El viaje resultaba bastante confortable, aún en 3:a clase, con un precio de ida y vuelta Hamburgo-Santa Cruz, la capital de Tenerife, de solo 160 Rmk – indudablemente un coste bajo que incluyó pensión completa durante medio mes en el barco. El 26 de mayo embarqué en el barco alemán “Professor Woermann”. El viaje de una semana transcurrió muy agradablemente en un clima maravilloso. El buque de 8000 toneladas fue lo bastante grande como para ofrecer lugares amenos. Fue divertido ver los delfines nadar cerca del desagüe del barco buscando algo para comer. Por las noches me fascinó el resplandor fosforescente en la superficie del agua, producido por varios organismos. El 31 de mayo nos acercamos a las montañas marrones de lava de la isla de Madera y fondeamos fuera de Funchal. A nuestro encuentro llegaron barcos de remo de una flota entera. En la tripulación había jóvenes pidiendo “groschen” (céntimos); otros vendían frutas o diversos productos artesanos, como por ejemplo cestas, alfombras etc., todos a precios bastante altos, corrompidos como consecuencia de los flujos de visitantes. Y si desembarcas para ver siquiera un trozo de los maravillosos jardines de Madera, estas desagradables criaturas no te dejan en paz ni un momento. Uno se ofrece como guía, otro ofrece imágenes escandalosas, el tercero servicio de mujeres. El día 1 de junio llegué a Tenerife, para quedarme allí unos meses. Tenerife es, en su totalidad, formada por volcanes, el resultado de varias erupciones. Después de que los flujos de lava en 1790 hubieran destrozado la ciudad de Garachico con su puerto, no ha habido erupción. Debido al agua del mar, los vientos y los bruscos cambios de temperatura, la lava amontonada se ha roto y, atravesando la isla, se ve por todos los lados barrancos divididos por altas crestas. Es curioso ver plantas en medio de este entorno desolado de flujos solidificados. El superficie de Tenerife no llega ni siquiera a dos veces el tamaño de Ahvenanmaa (las Islas Åland) y, sin embargo, hay una flora muy variada: en partes árido desierto de lava cuya única vegetación que sobrevive es una especie de cactus, en partes bosques de laureles, donde riachuelos alegremente fluyen entre las formaciones de lava, una red densa de trepantes enlazan los laureles y los helechos cubren el suelo. Hablando de vegetación, aquí quiero especialmente mencionar el drago. Los ejemplares en las fotos aún son bastante jóvenes, cosa que se ve por su escasa ramificación. Este árbol florece raramente. En la ciudad de Icod, en el norte, vi el ejemplar más viejo. Con su parte superior denso, ancho, se asemeja a una coliflor gigantesco. Se cree que tiene 3000 años. Pero este drago es muy joven comparado con el famoso drago de Orotava, destruido por una tormenta en 1860, que había crecido durante más que 6000 años, o sea desde los tiempos del padre Abraham. Una idea completa de la naturaleza de Tenerife uno obtiene subiendo al Pico de Tyde, el volcán. En unas 12 horas se llega a la cima desde el Puerto Orotava, una pequeña ciudad en la costa norte. El camino atraviesa el frondoso Valle de la Orotava, por plantaciones de plátano, jardines tropicales y asentamientos, casi escondidos entre los trepadores y palmeras canarias. A la altitud de 600 metros llegamos a una zona más fresca de árboles de hoja caduca. De vez en cuando asoman entre los árboles casas humildes o eras de trigo, milla o papa, con perales o melocotoneros a su lado. La vegetación es cada vez más escasa, hasta que finalmente caminamos entre flujos de lava solidificados o sobre suelo más pálido de piedra pómez. A la altitud de 2000 metros llegamos a un desfiladero y después de atravesarlo, un paisaje magnífico se abre ante nuestros ojos, un desierto extraordinario. Ante nuestros ojos se abre una meseta de color rosa pálido de piedras pómez, en la realidad un cráter viejo de 20 km de diámetro, rodeado por un muro vertical de cientos de metros. En medio del desierto sube hasta las nubes una pirámide enorme, fruto de erupciones posteriores. En sus laderas se ven negros flujos de lava solidificados, contrastando con el pálido fondo. Aquí y allá crecen arbustos densos sin hojas, con flores blancas. Otra vegetación no hay. Un curioso paisaje negro, rojo y pálido, y por encima el cielo de un azul intenso. Después de una caminata horizontal de una hora, que nos lleva a nuestro destino, aún lejos, empieza la subida laboriosa sobre bloques de lava negra. Por fin llegamos. Nos encontramos a una altitud de 3760 metros, al borde del cráter del Pico de Teyde. Si miramos hacia el norte, vemos las nubes unos dos mil metros por debajo de nosotros. Solamente los roques más altos de la isla son visibles: parece como si un mar espumoso se hubiera solidificado alrededor de isletas áridas, ya que lo único que se ve es un terreno desértico accidentado. No vemos valles verdes sonrientes, solo rocas sin vegetación de varios colores y de diferentes formas, flujos de lava negros, piedras pómez pálidas y en el oeste, por debajo de nosotros, el cráter que desde lejos se asemeja a una loma de arena marrón. El muro de rocas limita la vista al oeste, este y sur. Pero por detrás de este muro, en cada dirección se extiende el océano infinito. En un día claro se puede ver a lo lejos un rayo estrecho que es la isla de Madera. Bajamos sin problemas al pequeño cráter de unos veinte metros de profundidad y unos 60 metros de ancho. El aire se llena de un extraño olor a azufre. El suelo debajo de nuestros pies quema y de muchas grietas salen vapores calientes: de esto se ve que las fuerzas volcánicas solo duermen y que el Pico de Teyde puede entrar en erupción en cualquier momento y escupir desastre y muerte sobre su entorno tan hermoso. Pero los tinerfeños viven sus vidas despreocupados y felices a la sombre de este peligro. Hoy en día los habitantes son españoles. Hace unos 500 años los españoles llegaron en sus buques de vela a Tenerife desde la Península. Entonces allí vivían desde tiempos inmemorables una raza de gente berber, los guanches. Ellos vivían totalmente aislados del resto del mundo, construyeron armas de piedra aún miles de años después de que en Europa se usara hierro, vivían en cuevas y se alimentaban de la agricultura y la ganadería. Los españoles se enfrentaron a esta gente y solo después de décadas de lucha vencieron a los guanches. Los pocos guanches que se salvaron se integraron en la vida de los vencedores y aún hoy en día se puede encontrar entre los habitantes de Tenerife personas con piel clara, que se asemejan a los aborígenes de la isla. La influencia de los guanches se puede notar por ejemplo en nombres, pero el mejor testigo son las cuevas, en las cuales se han encontrado, entre otros, partes de esqueletos, armas y tumbas. Los tinerfeños de hoy viven principalmente de la agricultura. La tierra volcánica es fértil y, por eso, donde hay agua, la vegetación crece. En las costas de la isla llueve raramente, y por eso la irrigación artificial es importante. Las casas de los canarios son muy curiosas. La gente adinerada vive en casas bonitas de piedra, el techo es plano, revestido de yeso blanco, o un poco inclinado cubierto de tejas de arcilla. Solo las pequeñas ventanas en la parte superior llevan cristal, en la parte inferior se cierran con postigos decorados. A menudo las casas son rodeadas de balcones elegantes desde cuyos pasamanos trepadores cuelgan. Al lado hay un jardín, donde crecen majestuosas palmeras de abanico, rosales y geranios. Las exigencias de los campesinos no son muy altas y las casas son a menudo muy humildes. En las laderas de las montañas hay casas-cuevas como las que los guanches usaban. La lava es el único material de construcción. Una apertura cuadrada funcionaba como ventana, si es que necesitaban una. Muchos de estos hogares se encuentran en lugares difíciles de acceder, por medio de un camino de muchas curvas: igual que los caminos que llevan a románticos castillos de caballeros en tiempos pasados. Igual de humildes son los alimentos de los campesinos. De maíz y trigo tuestan un tipo de harina que, por su sabor y uso se asemeja a “talkkuna” (una harina finlandesa), que sustituye al pan, un alimento que solo se encuentra en las ciudades. El mar da pescado y mejillones en abundancia, y las higueras salvajes ofrecen una variación a la comida. Me quedé en Tenerife hasta finales de agosto. Cuando estalló la guerra, el correo y las comunicaciones eran inseguros. Mi dinero para el viaje se había reducido. Mi visita al ex cónsul de Rusia produjo una copa de vino y un puro, pero nada de dinero. ¿Qué hacer? Probé mi suerte en una sala de juegos, que hay en todas las ciudades. No tuve suerte y la única manera de regresar fue embarcarme trabajando en el buque de vapor noruego, San José, que iba a hacer un viaje a Londres cargado de plátanos. Mi tarea consistía en limpiar la cubierta, pulir el latón, lavar los cubos etc. y como compensación me trataron bien, me dieron comida y un viaje gratis a Londres. En Londres encontré a amigos y después de enviar un telegrama a mi país, me libré de más dificultades. S. Sahlberg Traducción del finés, Helena Somervalli
|